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Muere el torero mexicano Antonio Vega a los 80 años en Ciudad de México

El torero mexicano Antonio Vega falleció esta madrugada en su casa de la Ciudad de México, como consecuencia de una insuficiencia renal aguda, cuando contaba 80 años, y tras haber enfrentado con una gran entereza varios problemas de salud que lo aquejaron en las últimas semanas. Alejandro Antonio de la Vega Llamosa nació en la Ciudad de México el 13 de agosto de 1940 en el seno de una familia acomodada. Desde pequeño se aficionó a los toros de la mano de su abuela materna, que lo llevaba a los festejos tanto de la Plaza México como de "El Toreo" de Cuatro Caminos. En la primaria fue compañero de aula de Manolo Espinosa "Armillita" y de Rico Pani (hijo del constructor de la plaza "Caletilla" de Acapulco), de tal suerte que parece que su destino ya estaba marcado dentro de los toros. Así que durante su adolescencia soñó con ser torero y comenzó a torear en festivales escolares y de aficionados prácticos. Sin embargo, para su madre aquello constituía una afrenta, por lo que decidió enviarlo a estudiar la preparatoria a Estados Unidos con la finalidad de que se le saliera de la cabeza aquella loca idea de ser torero. Una vez de regreso ingresó a la Universidad Nacional Autónoma de México, de la que se tituló como Licenciado en Derecho, luego de haber presentado su examen profesional en 1967. Paralelamente a su labor como pasante de derecho, y más tarde como abogado de empresa, su afición taurina fue en aumento, y en cuanto podía acudir a alguna tienta lo hacía, siendo cada vez mayores sus avances en el difícil aprendizaje de la técnica del toreo. A finales de la década de los sesenta conoció a Jesús Solórzano, con el que trabó amistad y, de inmediato, fue uno de sus asiduos acompañantes a tientas y corridas de toros. Inclusive, a veces se vestía de luces para salir como sobresaliente y Chucho le dejaba hacer un par de quites en sus toros. En 1970 contrajo nupcias con Verónica Solórzano Pesado, la hermana de Chucho e hija del famoso espada "El Rey del Temple", y fue así como entró de lleno a esta familia tan taurina que le abrió las puertas de la Fiesta de los profesionales, y a través de ellos hizo relación con gente importante del toro. Y en esos años continuó toreando festivales con la peña de Aficionados Prácticos de México, en la que figuraban insignes toreros de corto de gran calidad como el doctor Joel Marín, Humberto Peraza, Jesús Arroyo, Jesús Dávila o Pepe Garfias, entre muchos otros. Después de haber trabajado en el Banco de Fomento Cooperativo, donde su jefe don Jorge Martínez y Gómez del Campo, por aquel entonces ganadero de Los Martínez, tuvo un cargo de subdirector jurídico de Grupo Peñoles, empresa de otro ganadero y empresario, don Alberto Bailleres González. Pero cierto día de 1983, el matador Jorge Ávila, que trabajaba para DEMSA y era gerente de la plaza "Caletilla", le pidió el favor de revisar unos contratos, y en esas reuniones de trabajo le comentó que se había enterado que, recientemente, había estoqueado un novillo de San Martín en la plaza de San Miguel de Allende, y que había tenido referencias de que había estado muy bien. Y le preguntó que por qué no toreaba de luces, a lo que Antonio Vega (nombre torero que adoptó para no ser identificado en su trabajo, y círculos de abogados, donde siempre fue conocido como el licenciado Alejandro de la Vega), le dijo que nadie lo iba a contratar. Pero no contaba con el ofrecimiento de Ávila de que, si quería, lo podía poner en Acapulco, a lo que accedió sin pensarlo dos veces. En ese primer instante, y con 43 años cumplidos, parecía toda una locura debutar como novillero, y varios taurinos, entre ellos su cuñado Jesús Solórzano, lo alentaron quizá con el afán de que fracasara rotundamente y se le quitaran las ganas de convertirse en profesional. Para esas alturas de su vida, Alejandro-Antonio, ya era padre de dos hijos, Alejandro y José Antonio, y gozaba de una buena posición laboral, además de que iba consolidando su patrimonio de forma exitosa. Pero aquel ofrecimiento sonó en sus oídos como un canto de sirenas, y como el día de su debut, que tuvo lugar en 1983, cortó una oreja, ese fue la mayor motivación para que, al cabo de unos años, dejara su trabajo y se dedicara de lleno a ser novillero. Este hecho provocó una profunda molestia en su madre, y más aún cuando sufrió su bautismo de sangre en un festival en la placita de Temoaya, Estado de México, al ser herido en el muslo derecho al entrar a matar. A lo largo de más de cinco años, comprendidos entre 1983 y 1988, Antonio Vega (anunciado así en los carteles para conservar intacta ante sus jefes su identidad de abogado) sumó un total de 56 novilladas. En esa época en la que alternó muchas veces con toreros como Jorge de Jesús "El Glison", Alejandro Silveti, Guillermo Ibarra, Mele Barbosa, Rafael García, José María Napoléon, Alejandro del Olivar, entre muchos otros, bajo el apoderamiento de ese noble y buen taurino como fue Antonio Martínez "La Crónica", el banderillero potosino que ya se había retirado. Antonio Vega mantuvo una buena relación con muchos taurinos, especialmente varios periodistas entres los que se contaban Pepe Alameda (que siempre le pidió que lo tuteara), Ernesto Navarrete "Don Neto" o Cutberto Pérez "Tapabocas", a los que su afición taurina provocaba simpatía, y lo ayudaron en distintos sentidos a lo largo de su corta pero intensa carrera novilleril. Aunque Antonio no pisó la Plaza México en la Temporada Chica de 1987, como en un principio lo tenía previsto, pues era consciente de sus limitaciones, sí toreó en algunos cosos relevantes tales como la Monumental de Aguascalientes o la "Santa María" de Querétaro, donde, de hecho, se despidió como novillero el 25 de septiembre, pocos días antes de tomar la alternativa el 1 de octubre de aquel 1988 en la plaza "Oriente" de San Miguel de Allende, cuando contaba 48 años. El cartel original de esa corrida estaba conformado por Manolo Martínez y Curro Rivera, con toros de Los Martínez. Pero Manolo tuvo un contratiempo con su avioneta y avisó que no iba a poder llegar a San Miguel. Al enterarse de los hechos, Chucho Solórzano le dijo que él le iba a dar la alternativa. Chucho había acudido a dicha corrida como espectador. No traía ropa, ni avíos, así que se vistió con un terno color rosa y pasamanería blanca que pertenecía al banderillero Tomás Abaroa, que utilizó el vestido de torear del puntillero, y éste salió de civil a cumplir con sus funciones. Así se dio esta singular alternativa a la que acudieron muchos familiares, amigos y aficionados, algunos de ellos ávidos de verlo triunfar, y otros también ávidos de verlo fracasar. Pero Antonio resolvió muy bien la papeleta y demostró que estaba preparado para dar este trascendente paso en su vida, que terminó de conferirle la razón de ese sentimiento que habitaba en él desde que era un niño; el de ser torero. De esa forma transcurrieron los años en los que toreó pocas corridas tras el doctorado, pues solamente hizo 26 paseíllos antes de retirarse en 1995. En este tiempo nunca dejó de atender algunos asuntos legales y se dedicó a administrar con mucha inteligencia los bienes que hasta entonces había conseguido reunir, y de los que vivió holgadamente hasta el final de sus días. Se dedicó a torear en tientas, y alguno que otro festival, así como a ver corridas en muchas plazas de México a las que iba gustoso, además de los eventos culturales, tanto taurinos como de otras disciplinas a las que era aficionado, y a disfrutar una vida tranquila en la que seguía ejerciendo como un magnífico aficionado de cuyas conversaciones se extraían interesantes conclusiones. Desde estas líneas queremos enviar nuestro más sentido pésame a toda su familia, especialmente a sus hijos Alejandro y Antonio por esta gran pérdida, la de un amigo entrañable que, como persona, nos deja muchas enseñanzas. Descanse en paz.

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