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Orejas para Sebastián Hernández y Rubén Pinar en Manizales (Colombia)

Ayer las reses de Dosgutiérrez no vinieron a regalar nada. Con sus 504 negros kilos promedio y alto grado de dificultad, pusieron la soleada tarde al filo de la navaja y a los espectadores al filo de la grada. La corrida se desgranó sin languideces ni florituras, de emoción en emoción, de susto en susto, y exigencia en exigencia. Con los toreros debatiendo el tema fundamental de la fiesta: el toreo es para poderle a los toros. A todos, a los bravos, a los mansos, a los dóciles y a los broncos. En eso se fueron las horas. Dura, dura, no apta para estilistas delicados. Y el cartel de lidiadores, como anillo al dedo. Fortuna o acierto de la empresa, seguro lo segundo. Y cómo estuvo la plaza y qué seria y cómo se fue la gente conmocionada bajo la lluvia cuando dobló el sexto. Muchas personalidades de los toros presenciando y la afición de Manizales que se tiene por no afecta a este tipo de batallas, cómo la comprendió y se volcó a ella. Para recordarlo. Hubo tres altos picos en el cardiograma colectivo. Rubén Pinar, provocó los dos primeros con una contundencia que sacudió la Monumental. Uno fue con “Jaranerillo”, el bravo que le apremió en las verónicas antes de arrancarse de largo y agarrarse con Clovis en una encelada y prolongada vara que terminó en ovación. Tampoco puso las cosas fáciles en el ceñido quite a la chicuelina. Poder y codicia. Cuando enfrentó a los banderilleros lo hizo con tal fiereza que los buenos pares de Pineda y Dixon electrizaron obligándoles a saludar. El albaceteño brindó a Santiago Tobón, antiguo empresario de Medellín que le descubrió de novillero colocándolo en un ya lejano festival nocturno en el cual descolló sobre las figuras de aquella feria. Fue su disparo de salida. Significativo. Le tiró la montera y se arrojó a domeñar las arremetidas. Primero, seis doblones a medios, tomados con mucho empuje. Allí, la brega se fue en redondo y en círculo por la baja diestra, con pata clavada como punta de compás sin enmiendas ni escapes de la suerte. Al natural las tandas fueron menos ligadas, pero de igual transmisión por el temple y la expresión. Gran toro y gran faena. Delirio. Tres pinchazos arriba precedieron un estocadón sin puntilla, la ovación para el arrastre y la vuelta tras una petición de oreja denegada. Increíble, pero el no trofeo fue lo de menos. Lo supremo pasó con el quinto “Zaragatero”. Astifino, vuelto, agalgado de 516 kilos. Encastado en manso y bronco. Indómito, de los que se dice que no tienen un pase. Y Rubén, torero de miuras y otros hierros, execrados, le presentó a Colombia esa tauromaquia profunda que justifica el toreo. Resolver los problemas del toro, arriesgando lo que haya que arriesgar, poniendo lo que haya que poner y pudiendo lo que haya que poder. Para eso es el toreo y para eso son los toreros. Si para eso. Hay que tener el bagaje de Pinar para sostener con el cuero ese discurso. Pararse, quedarse ahí, aguantar, tragar, y someter con la muleta como único salvamento de la cogida. El tácito contrato, si no te mando me coges, porque no me quito. Y así, obligando los parones, domando las rebrincadas embestidas, cortando los escapes, llevó la Monumental al paroxismo y el toro a la rendición. Una lidia irrefutable en toda la extensión de la palabra. Cuando el imposible cayó fulminado por la gran estocada. La plaza explotó como un volcán y la segunda oreja que por reglamento es potestad exclusiva de la presidencia no cayó. Asunto de conceptos, allá Usía. Sin embargo, la vuelta fue tan celebrada como si llevara las dos de este y las otras dos del otro que había perdido por pinchar. Llovían sombreros y ponchos. ¡Uf!   Sebastián Hernández, Había naufragado ante la estulta mansedumbre del grandulón tercero. Al que le ponía la muleta y se quedaba inmóvil mirando al infinito por encima de ella, y al que sin opciones le asestó dos pinchazos, el segundo muy bajo, y cuando se pensaba en un viacrucis, una estocada letal al encuentro. El sexto le desarmó en el primer tercio. Y ante la muleta sacó el mal repertorio de asperezas y malos estilos que Sebastián apostó valientemente por contrarrestar primero doblando por bajo y luego halando en redondo a diestra y siniestra en seis tandas jugadas de diferente longitud. El público entregado acompañó la porfía más allá de la rajada final y las tres manoletinas que igualaron para la buena estocada. Entonces se desató la lluvia y huyeron. Manuel Escribano, se prodigó en banderillas con diverso acierto en el primero, que le había cogido en el quite, y al cual ejecutó cuatro pares. En el cuarto, más atinado en dos sesgos y uno al violín de tino y espectacularidad fue ovacionado. Afrontó en este coladas, tornillazos y cabezadas con más riesgo que fortuna. En ambos fue avisado tras desaciertos con la espada y en silencio cerró sus dos faenas. Una tarde en la que no se requirió que los toros “ayudaran” para encumbrar la emociones, pues en ella el toreo mostró para que fue creado y los toreros para qué lo son.

Manizales (Colombia), martes 4 de enero 2022. Plaza Monumental. 2ª de Feria. Más de tres cuartos de plaza. Sol y lluvia final. Seis toros de Dosgutiérrez, cuatreños de aspecto juvenil, bravo el segundo, ovacionado en el arrastre, los otros encastados en mansobronco. Manuel Escribano, silencio tras aviso y silencio tras aviso. Rubén Pinar, vuelta tras petición y oreja con petición de otra. Sebastián Hernández, silencio y oreja. Incidencias: Saludaron: Emerson Pineda y Anthony Dixon tras parear al 2° y Ricardo Santana y Carlos Rodríguez tras parear al 3°.

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