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José Mauricio sale a hombros en la Plaza México

Sigue la buena racha del torero mexicano José Mauricio y parece que ya no tiene previsto bajarse del tren de los triunfadores, sobre todo después de haberle visto las orejas al lobo. Así que, una vez más, entró en comunión con el público capitalino que lo ha convertido en el torero del momento. Su carisma, su sencillez, y esa naturalidad que toca todo cuanto hace, le ha granjeado el cariño de la gente, y hoy, sin tener el impacto de la tarde anterior, volvió a salir a hombros de la Plaza México, luego de una actuación desigual en la que brilló mucho más durante la lidia del primer toro de su lote. Lamentablemente hoy no vino más gente a la plaza de la que todo mundo hubiese deseado. Pero al margen de esta circunstancia, cabe agregar que, ante el segundo toro de la tarde, José Mauricio desplegó su calidad, en trazos sentidos, en los que tuvo que tirar del del ejemplar, al que toreó con sabrosura en trazos templados y toreros que emocionaron al público. El toro le exigía cruzarse mucho y provocarlo para arrancarle la primera embestida, y luego, cuando le salía adelante al terminar cada pase, el de Montecristo metía otra vez la cara en la muleta con transmisión. Así fue como construyó otra faena de las suyas, en la que brillaron varios muletazos de acusado acento, como un trincherazo, y determinados naturales, que fueron coreados con fuerza por la gente, ávida de ver a un torero con sello propio. El quinto era largo y más ofensivo por delante, y José Mauricio le buscó las vueltas desde el capote, con el que hizo un vistoso quite por fregolinas. Más tarde no pudo redondear una faena desigual, en la que se le notó un tanto crispado ante las complicaciones del toro, que en un descuido le echó mano propinándole una fuerte voltereta de la que sacó un varetazo en el muslo derecho y un golpe en un costado. Este hecho encendió los ánimos de la gente, que nuevamente se mostró muy receptiva a la entrega del torero capitalino, que terminó la faena toreando otra vez de pitón a pitón y por la cara, siguiendo al pie de la letra las lecciones de tauromaquia que en su día le enseñó Paco Laguna, aquel taurino romántico -de la vieja guardia- que fungió como su primer maestro y apoderado en su época de novillero. A la hora de entrar a matar entró por derecho y colocó una estocada entera, fulminante, que calentó el ambiente para que le concedieran  esa segunda oreja que le abrió de par en par la Puerta Grande para convertirse, en un par de domingos consecutivos, en uno de los triunfadores de la Temporada Grande, igualando así la marca de Joselito Adame, que también lleva cuatro orejas en dos corridas. Cabe mencionar que el encierro de Montecristo tuvo algunos toros sin el trapío suficiente para esta plaza. Además, a la corrida le faltó raza, y Fermín Rivera enfrentó a dos mansos que huyeron continuamente de las telas. Al que abrió plaza, un berrendo en cárdeno que fue reservón, le hizo una primera faena recia, de torero valiente, que acabó metiéndose con él y conectando con el público, que se entregó a la labor del potosino La del cuarto, que era uno de los toros más armoniosos del encierro, fue otra faena de arrestos, colocación precisa, zapatillas firmes sobre la arena y reciedumbre, que agradó al público por su pundonor, y varios detalles de toreo clásico, ortodoxo, que tan bien sabe prodigar el torero de dinastía. Lo malo fue que en ambas intervenciones no estuvo fino con la espada y lo que pudo ser el corte de una oreja de ley quedó en una ovación recogida en los medios. De cualquier manera, ahí está Fermín en pie de lucha dispuesto para afrontar nuevos retos. A Juan Pablo Sánchez le tocaron dos toros que apenas colaboraron, un poco más el tercero que el sexto, y el hidrocálido estuvo firme y decidido. Al primer ejemplar de su lote le hizo una faena más hilvanada, con algunos chispazos de su proverbial temple, pues toreó con largueza y despaciosidad con la mano derecha. El sexto, un castaño de buena lámina, no dio opciones porque llegó sin fuerza a la muleta y tropezaba de manera continua. Juan Pablo se afanó en torearlo colocándose a la distancia precisa para ver si con ello le ayudaba a completar su recorrido en cada embestida, pero el de Montecristo se frenaba, protestaba o se caía.Al igual que Fermín, Juan Pablo no estuvo bien con la espada y este hecho vino a emborronar una actuación digna en la que casi no pudo mostrarse. El último domingo del año está anunciada la corrida de rejones con tres grupos de forcados, ingrediente del que se pueden esperar cosas interesantes, pues no deja de ser este tipo de festejo, una alternativa atractiva en el marco de la Temporada Grande.

Ciudad de México.- Plaza México. Novena corrida de la Temporada Grande. Menos de un cuarto de entrada (unas 6 mil personas) en tarde nublada y fría. Toros de Montecristo, desiguales en presentación y juego, de los que destacó el 2o. Pesos: 532, 498, 537, 537, 549 y 520 kilos. Fermín Rivera (gris perla): Leves palmas y ovación tras aviso. José Mauricio (gris acero y oro): Oreja tras aviso y oreja. Juan Pablo Sánchez (rosa y oro): Leves palmas tras aviso y silencio. Incidencias: Destacaron en banderillas Diego Bricio y Ángel González, que cubrieron muy bien el tercio del 1o., y ambos saludaron. Y Gustavo Campos en el segundo, que también saludó. José Mauricio pasó a la enfermería luego que recibió fuertes golpes durante la lidia del 2o. de su lote, tras la debida exploración, se encontró a una contusión costal, con dolor asociado al percance que sufrió el domingo pasado, además de un varetazo en la cara interna del muslo derecho, todo ello sin consecuencias de gravedad.

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