Joselito Adame corta tres orejas en la Plaza México
Ayer tuvo lugar en la Plaza México una nueva corrida de toros de la Temporada Grande en la que Joselito Adame fue el triunfador del festejo cortando tres orejas. Donde ya saben que Andrés Roca Rey es un perro de presa que venía a reafirmar su último triunfo en este escenario. Así que tanto Joselito Adame como Ernesto Javier "Calita" sabían que era fundamental sacar la casta y estar a la altura de este compromiso. Al final, la experiencia de José se impuso con creces, inclusive con un lote noble, es verdad, pero sin que ninguno de sus dos toros de Montecristo tuviese ese punto más de fuerza y transmisión para conectar con mayor facilidad. Pero fue a base de inteligencia, colocación, temple y suavidad, como el hidrocálido extrajo todo ese fondo de nobleza de dos toros que no era fácil mantener en pie, y ahí radicó, precisamente, la relevante valía de sus dos faenas: acariciar aquellas nobles embestidas y demostrar que para torear bien al toro de encaste San Mateo-Llaguno (y derivados, que los hay, y muy buenos en la casa ganadera de Germán Mercado), hay que ser un extraordinario torero. Comprometido consigo mismo y consciente de que no podía pasar inadvertido, Joselito echó mano de la madurez acumulada en cerca de 450 corridas, y ese colmillo que hay que tener en los momentos como éste, en los que, a pesar de su reconocida capacidad, su temporada 2019 estaba un tanto en juego ahora que cambio de apoderamiento. Y desde luego que se notó esa comunión con su nuevo mentor: Eulalio López "Zotoluco", que ahí andaba en el callejón, en su faceta de apoderado. Quién lo iba a decir: hace apenas unos años, cuando José tomó la alternativa, el maestro Lalo era la figura consagrada con la que había que medirse. Ahora están trabajando juntos. Cosas de la vida. Y seguramente de esta mancuerna saldarán atractivos frutos para ambos toreros mexicanos. La forma en que Joselito afianzó a sus dos toros a la arena, dándoles tiempo y pausa, fue magnífica, y luego los llevó toreados en línea recta -como hay que torear al toro mexicano- para despedirlos con muñecas de seda en series largas y templadas, como las que prodigó al natural con el segundo ejemplar de la tarde, los redondos recios y mandones ante el remiso sexto, con el que se inventó una faena donde no parecía haberla. Al final cortó tres orejas, y si un escaso sector el público puso un "pero" a las dos concedidas luego de dar muerte al primer toro de su lote, quizá porque la estocada estaba desprendida, acabó vitoreando al torero de Aguascalientes al percatarse de que hoy vino con la entereza de salir a hombros por la Puerta del Encierro, en medio del entusiasmo colectivo de la gente que terminó por respetó su jerarquía. El tercer toro de la corrida fue el mejor de un encierro muy interesante de Montecristo, sobre todo porque fue el más completo en cuanto a calidad y bravura se refiere. Y la falta de más experiencia le pasó factura a Calita, que no acabó de cuajarlo como el toro se merecía, con aquellas profundas embestidas por el pitón derecho, el de mayor posibilidad para disfrutar el toreo. De tal suerte que la faena fue desigual, con una fuerte voltereta incluida, luego de que se había engolosinado tanto en una de las tandas más largas de la temporada, pues se pudieron contar más de ocho muletazos, y cuando el toro le pedía serenidad y dosificación, se empeñó en darle un pase de pecho del que salió volando por los aires, afortunadamente sin consecuencias que lamentar. Pero a este tipo de toro, en el que se ha potenciado esa embestida con clase a través de su genética, hay que darle tiempo y distancia, templarlo mucho y bien, para que acabe rompiendo, como sucedió en algunas de las series de un Calita muy dispuesto, que aderezó la faena con unos artísticos –y torerísimos– muletazos por la cara con la rodilla flexionada. Instantes después, dejó escapar un triunfo de lujo debido a su deficiente manejo del descabello, pues se había tirado a matar por derecho y colocó una estocada entera –un tanto perpendicular y contraria– que no hizo mella en ese bravo "Mexicano" que debió ser premiado con arrastre lento, detalle que le pasó de noche a la autoridad, y cuyo nombre vino a recodar aquella destacada estirpe de vacas "mexicanas" que tanto esmero cuido don Luis Barroso Barona en su época al frente de San Miguel de Mimiahuápam. La faena al séptimo fue esforzada, ni duda cabe. Ernesto sabía que tenía que acelerar a fondo, y hubo instantes en los que se reunió con entrega al torear con la muleta en la derecha (lado que parece ser se le da con más facilidad), en pases sentidos, con empaque, ligados en un palmo de terreno para obligar al toro a seguir la muleta. Los cambios de mano con los que abrochó el trasteo, andando al toro con ritmo hacia el tercio, también tuvieron lo suyo, pero luego vinieron otra vez los fallos con la espada y, al final, "no pasó nada", una frase lapidaria cuando se espera tanto de una tarde como ésta. Ojalá que con el paso del tiempo, y las fechas que pueda torear en provincia, Ernesto vaya adquiriendo el sitio óptimo, que es lo que hace falta para sacar mejor provecho a las condiciones de una tarde que, de antemano, el sabía que no iba a ser fácil porque Joselito también le iba a poner las cosas muy complicadas. Como de hecho se las puso también a Roca Rey luego de cortar esas dos primeras orejas de la tarde. Y Andrés, que venía de haber cautivar al público en la Corrida Guadalupana, se vio que le cuesta cierto trabajo entender a cabalidad las condiciones del toro mexicano, como de hecho sucedió con el primero de su lote, otro ejemplar de finas hechuras al que era preciso dar distancia, algo a lo que no está habituada esta figura del toreo joven que tanto apasiona a los públicos del planeta de los toros, y que está tan hecho a la embestida del toro español. Y cuando Andrés vio que la faena no estaba obteniendo impacto en la gente, el se puso donde le gusta -muy cerca de los pitones- para sacar una tanda de auténtico y sólido valor -que es lo suyo-, en la que toreó con arrojo y una ligazón pasmosa. Por delante y por la espalda.
Sin embargo, aquello no le iba a alcanzar para que el entusiasmo se desbordara cuando entró a matar sin confianza, y señaló un pinchazo caído que antecedió una estocada entera. Con todo y ello, la gente le pidió una oreja que fue concedida. El octavo toro de la larga función fue el único que no mantuvo el tono de calidad de toda la corrida de Montecristo, pues resultó complicado; primero porque embestía arrollando, con las manos por delante, y si a ello sumamos que se quedaba un tanto corto en su embestida y se revolvía con prontitud, Roca Rey no anduvo a gusto y se notó. Y cuando quiso echar mano de ese recurso tan importante como es el valor, que le sobra a decir basta, el toro ya no estaba para tragarse el toreo de cercanías. De la actuación de Diego Ventura cabe decir que, de antemano, que quizá no fue una decisión adecuada traer dos toros de El Vergel para el toreo a caballo, pues desde hace algunos años -y por desgracia- la ganadería de Octaviano García se ha ido desmembrando en distintas ventas que han obligado a perder ese magnífico rumbo que llevaba prácticamente desde que debutó en esta plaza con una novillada muy brava, por allá de 1997. El primer toro fue noble, y aunque tardó en enterarse –y encelarse– no tenía la transmisión suficiente para que Diego pudiese conectar con más facilidad. A pesar de estas circunstancias a la contra, Ventura toreó con temple a dos pistas, realizó recortes con mucho temple, y clavo banderillas luego de cuajar varios quiebros con mucha exposición, dando el pecho de sus caballos, siendo los más sobresalientes "Bronce" y "Toronjo". Remató la faena adornándose con banderillas cortas antes de señalar dos pinchazos previos al rejonazo final con el que terminó su labor. El quinto fue un ejemplar manso que se desentendía de los caballos del torero de La Puebla del Río, y así fue muy complicado que aquello prendiera emoción en el tendido, no obstante que Ventura le buscó las vueltas y trató de agradar sin resultados positivos. De esta guisa, la que se esperaba una tarde triunfal para él, luego de la tremenda temporada que está haciendo en cosos de provincia, y tras el indulto del célebre toro "Fantasma", de Enrique Fraga, hoy la historia fue sumamente diferente. Por desgracia. Y seguro que le pesó en el alma, pues mañana está anunciado Pablo Hermoso de Mendoza, y ahí tiene la tarde para decir todo lo que sabe –dentro y fuera del ruedo, que es muchísimo–, y hacer valer ese epíteto de “consentido” de esta afición y reverdecer un añejo cariño.
Ciudad de México.- Plaza México. Decimocuarta corrida de la Temporada Grande. Dos tercios de entrada (unas 26 mil personas) en tarde espléndida. Dos toros de El Vergel para rejones (1o. y 5o.), desiguales en presentación; uno noble y dócil, y el otro, manso y deslucido. Seis toros de Montecristo, bien presentados, parejos de hechuras, muy en tipo, con clase y poca fuerza, de los que sobresalió el 3o. por su bravura y calidad. El 8o. fue complicado. Pesos: 510, 526, 561, 524, 539, 556, 552 y 535 kilos. El rejoneador Diego Ventura: Ovación y división. Joselito Adame (teja y oro): Dos orejas y oreja con petición. Ernesto Javier "Calita" (rosa mexicano y oro): Ovación tras aviso y palmas. Andrés Roca Rey (tabaco y oro): Oreja y silencio. Incidencias: Destacó en varas Daniel Morales, que picó bien al 3o.,y Fernando García hijo con las banderillas saludó una ovación en el 7o. Diego Martínez lidió con temple. Diego Ventura permitió al matador Jorge López hacer un quite por gaoneras el el 1o., y fue aplaudido.
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